Siempre se quedará en mi memoria la imagen de los ojos de Ernesto abriéndose como platos mientras escuchaba una maqueta chapucera de Hipster! Acto seguido preguntó ¿esto qué es?; a partir de ahí tuve un aliado que siempre se mantuvo atento a lo que necesitara. Él era así. Le conocí poco, pero me lo dijeron siempre aquellos que le conocían más. Siempre cargado de libros, quería seguir aprendiendo, nunca le era suficiente, y eso que sabía tantas cosas. Con esa inseguridad que tenemos los cáncer al pensar que nada de lo que hacemos basta. Me quedo con mi último recuerdo; Ernesto cabreado, irónico, caústico, incansable. Llevaba un año echándole de menos. Los pasillos de la Universidad no eran lo mismo sin su particular elegancia. A veces pensaba, «yo no me pondría esa ropa en mi vida», pero él siempre la portaba con la clase de los que la tienen de verdad. La misma elegancia con la que se nos ha marchado, la de los grandes que suben para arriba.