Anoche, al enterarme del fallecimiento de Ernesto González, sentí un derechazo contundente en el estómago, de esos que se transforman inmediatamente en una tristeza larga y pesada. Tanto tiempo sin verle, pensé, egoístamente. Hace unos meses, por teléfono, habíamos cerrado la entrevista que Abel Hernández- uno de nuestros músicos favoritos de todos los tiempos-, vino a dar a Músicas Posibles. Entonces, nos pusimos al día. Demasiados años en este mundillo en el que pasas de verte todos los días a no volver a hacerlo en décadas. Intercambiamos detalles de nuestras respectivas enfermedades y nos congratulamos de seguir aún en la batalla.
Ernesto no era de los que se dejaban ver si no era necesario. Supongo que le conocí en los pasillos de la segunda planta de la derecha de la Casa de la Radio, donde se mezclaban los promocioneros de siempre de las grandes compañías discográficas, con los que venían a defender sus pequeños sellos independientes, llenos de pasión y ganas de hacer lo que estaban haciendo: apostar por su sueño. El jefe Jesus Ordovas escribió ayer en su muro que “su grupo -Pribata Idaho -era uno de los mejores herederos del Sonido Byrds. Excelente persona y gran músico. Trabajó también en sellos discográficos como Munster o Running Circle y en el FIB e Intromúsica”. Julio Muñoz, de Festimad, añadía, como homenaje: “su participación con su grupo Pribata Idaho en 1996, en la primera edición de Festimad, en su ciudad natal, Móstoles”. El propio Ernesto lo había contado así enero de 2016:
“Esta foto, que sacó Ana, está tomada hace casi 20 años, los cumplirá el día 3 de mayo de 2016 para más señas. Pedro M. Del Amo y yo con Sean O’Hagan (El High Llama supremo). Acabábamos de tocar en el Festimad y esperábamos en nuestro camerino el concierto de The High Llamas cuando nos encontramos con Sean O’Hagan por ahí, dando cuenta de una botella de brandy, a morro. “Gideon Gaye” era uno de nuestros discos de cabecera y “Checking In, Checking Out” sonaba constantemente en nuestros coches.
Recuerdo que cuando Alvaro Ruiz Martin nos dijo que si queríamos tocar, le dije: “claro, pero por favor colócanos justo antes de The High Llamas” y así lo hizo. Muy agradecidos a Álvaro Ruíz Martín por ello. Otra cosa fue lo que terminó pasando en nuestro bolo, y eso, que fue culpa mía, es otra historia.
The High Llamas hicieron un concierto fantástico en un escenario maravilloso como era el Parque del Soto de Móstoles. Después de los Llamas, si no recuerdo mal, le tocó a The Posies, justo cuando se estaban saliendo. Una jornada inolvidable para chavales de Móstoles que estábamos viviendo un sueño de rock ‘n ‘ roll al lado de nuestra casa y compartiendo camerino con nuestros ídolos. ¿Quién nos iba a decir unos años antes que en ese Móstoles baldío pasarían esas cosas? Era magia. El Festimad del Soto, como sabéis, ya no existe…Una pena enorme y un deslumbrante recuerdo, al menos en mi memoria”.
En unas horas, las redes se han llenado de mensajes celebrando la vida de Ernesto González Rodríguez. Lo que más llama la atención, no es que todos tuviéramos decenas de buenas historias con Ernesto. Lo grande es que él las había hecho posibles. Y, siempre, con una exquisita amabilidad y una inquebrantable profesionalidad, daba igual que se tratara de negociar las retransmisiones del FIB o que, con millones de personas pidiéndole a la vez que solucionara algo, no te echara la bronca por haber llegado a Benicasim a las tantas de la noche, sin avisar y sin pase de prensa, con esa sonrisa suya que parecía que se le quedaba en los ojos y no llegaba a concretarse en la cara, tan tímido a veces.
Joan Vich Montaner, uno de sus grandes amigos, recordaba ayer una de las decenas de anécdotas que se van agolpando en nuestras ganas de hablar de él para que se sepa que nos honraba con su cariño: “Cuando la ofi del FIB estaba en Callao, un día un reportero de tv paró a Ernesto en la puerta de la FNAC y le preguntó: “¿qué es para ti el rock?”. Tendríais que haber visto la luz en su cara, los segundos interminables buscando las palabras… “¿El rock? ¡El rock es MI VIDA!”.
Mi queridísimo Abel escribía ayer a vuela pluma: “Un gran hombre. Un músico delicado, curioso, enciclopédico. Un escritor y poeta que estuvo lejos de alcanzar su techo. Un profesor entregado. Un profesional impagable. Alguien que se comportó con el máximo honor hasta el mismísimo final”.
“Ya viaja brillando”. Mi querido Aldo Linares, con ese precioso acento suyo que se escucha hasta cuando escribe, sosegaba un poco la tristeza de ver y escuchar esta grabación de Ernesto en una despedida que hoy quiero compartir con vosotras y vosotros. Porque cuando pronuncio Músicas Posibles, Radio 3, hablo de una familia, la mía, llena de personas a las que no conozco, con las que comparto cada día muchas emociones. Hoy, además de mandar un abrazo a Ana, a su familia, a sus amigos, os quería hablar de Ernesto. No quería que se fuera sin que supierais que personas como él convierten el mundo de la música en un lugar por el que merece la pena dejarse la piel cada día.
Es una despedida que mi amigo Nacho R. Piedra, otro de sus muy cercanos, calificaba de “sobria, directa, sencilla, humilde, elegante, cruda”. Eso es.
Te queremos, Ernesto. DEP, amigo.